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diumenge, 26 de febrer del 2017

Impermanencia, no-dualidad, centramiento, amor incondicional.

Nuestros mundos exterior e interior
Nosotros vivimos todos los acontecimientos, todas las cosas, que pasan por nuestra conciencia, y solo esas cosas. Los sucesos, las cosas que no visitan nuestra conciencia, no existen para nosotros, no las vivimos.
Desde el punto de vista subjetivo, del sujeto que vive las experiencias, todo son objetos, son cosas: alguien que nos habla, sus palabras, el sabor de un alimento que estamos comiendo, una emoción que nos embarga, un pensamiento que cruza nuestra mente. Cosas que van pasando por nuestra conciencia.
Al identificarnos con nuestro cuerpo, clasificamos las cosas que vivimos en externas e internas. Pero desde el punto de vista puramente vivencial, de la experiencia consciente, esta distinción es claramente artificial, inexistente.
No hay una separación real, clara, entre vivencias exteriores e interiores; todo son simplemente vivencias. Un acontecimiento "externo" produce unas emociones y una corriente de pensamientos "internos", que influye en nuestro comportamiento "externo". Hay una interacción continua entre todos los objetos de nuestra conciencia.
Vivencia no-dual unificada, impermamencia
Desde este punto de vista de la vivencia, de la experiencia de vivir, no hay dualidad yo-mundo, sino un yo en el mundo, y un mundo en mi yo, es una vivencia no-dual. Nuestra mente habitualmente impone un modo de ver dual, poniendo nuestro yo físico como barrera entre un presunto mundo interior y un mundo exterior, pero simplemente mirando, considerando lo que estamos diciendo aquí, se ve que es una separación ficticia,  que lo que realmente vivimos es un continuo de experiencias, de cosas que interactúan continuamente entre ellas.
Las cosas que vivimos están en continuo movimiento, son siempre cambiantes, son cosas que vienen y van, cosas que pasan, que van pasando. Personas, sucesos, emociones, pensamientos, incluso nuestro cuerpo, todo se percibe de forma dinámica, siempre cambiante, nunca en reposo. La norma es la impermanencia.
El sujeto de las experiencias
¿Quién está viviendo todas esas cosas? ¿Quien experimenta tener un cuerpo, tener emociones, tener pensamientos, tener sensaciones, interactuar con otras personas? Por que si hay una experiencia, una vivencia, ha de haber alguien, un sujeto, que vive todo eso. Y ese sujeto no es el cuerpo físico, ni las emociones, ni los pensamientos, pues todo eso son cosas que él vive, son parte de su vivencia. El sujeto en sí no es ninguna cosa, no es ningún atributo, no tiene propiedades, no es nada, pero no obstante, es alguien, simplemente es.
Cuando nos identificamos con el sujeto en sí, dejando de lado identificaciones ficticias con nuestros objetos de vivencia (cuerpo, mente, etc), todo lo que existe para nosotros, todo los objetos de nuestra experiencia, forman un campo unificado de conciencia no-dual. Todos los objetos forman parte de un único todo, pero el sujeto está aparte del campo pues él no es ningún objeto, está vacío de contenidos.  Es una paradoja: el sujeto no es nada, y no obstante es el que da sentido a la experiencia de ser consciente, de vivir conscientemente. Y esto no es ninguna teoría, si no que se experimenta en uno mismo sin demasiado trabajo, simplemente reflexionando seriamente todo lo que se está diciendo aquí, mirándolo por uno mismo.
El centramiento
Tomando este punto de vista centrado en medio del campo de experiencia, incluso aunque se consiga sólo parcialmente, todo se relativiza, todo se ve en la perspectiva correcta.  Cosas que antes nos parecían perturbadoras, ahora se ven como transitorias, se ve el por qué suceden, pues vemos las relaciones que tienen con los demás objetos de percepción. Se obtiene control emocional, pues ya no nos identificamos con ninguna emoción, siendo meros objetos de percepción, relacionados con otros muchos objetos. Se obtiene control mental, pues nuestros pensamientos son también percibidos como objetos transitorios, no nos identificamos con ninguno de ellos. Todo son "cosas que pasan" por nuestra conciencia, y pierden buena parte de su poder sobre nosotros. Se adquiere ecuanimidad.
Se puede pensar que vivir de ese modo, centrado en el medio de todo el campo de experiencias, puede volver a la persona insensible a todo, alguien desconectado, imperturbable, no interesado en nada en concreto. No es así. Y no lo es debido a un componente fundamental de la persona, del cual no hemos hablado hasta ahora, pues todo ha estado muy orientado a la conciencia, o sea, a un aspecto cognitivo de la persona. Y ese aspecto es el amor.
El amor en sí, amor incondicional
Cuando estás, aunque sea sólo parcialmente, centrado, te das cuenta de  que el amor no es ningún objeto del campo de conciencia; me refiero al amor en sí, a la capacidad de amar, no a la emoción del amor que sí pertenece al conjunto de cosas que se experimentan. El amor en sí, como el sujeto, simplemente es. Cuando amamos, ponemos amor, lo dejamos fluir, en el objeto de amor, y ahí entramos en el terreno de la impermanencia, pues los objetos son impermanentes por naturaleza, y amamos y dejamos de amar, amamos de un modo, y después de otro, y de otro ... 
De hecho, es la mente la que filtra, la que permite o impide amar, es la mente la que decide si un objeto merece o no nuestro amor, y en que grado, y de que forma debe de ser amado. También es la mente la que se apega a los objetos que decide que son importantes, y la que sufre si los pierde. Cuando no estamos centrados, no podemos amar si nuestra mente no está de acuerdo, pues nos cierra, nos impide amar. Cuando nos enamoramos, nuestra mente ha decidido que un objeto de conciencia es de altísimo valor, que ha de ser amado sí o sí, y se abre el canal por donde fluye nuestro amor.  Cuando nos desenamoramos, o consideramos que no es adecuado o conveniente seguir amando, nuestra mente ha cambiado sus ideas, y cierra el flujo de amor, el objeto deja de ser amado.Y este cerrar puede generar mucho sufrimiento, pues el amor es una energía fortísima, que al ser contenida de forma artificial por unas creencias negativas, puede dañar tanto al que se contiene de amar como al objeto que se deja de amar.
Entonces, cuando amamos viviendo desde el centro de nuestra conciencia, no hay trabas, no hay filtros mentales impuestos, hay libertad.  Amamos porque somos amor, somos un sujeto que vive el amor en sí, incondicionalmente, sin necesidad de motivo alguno. Nuestra mente ya no cierra, sino que modula, ajusta inteligentemente a las circunstancias externas nuestras expresiones de amor. Por tanto, el centramiento que aquí exponemos, nos ayuda a amar plenamente. Amaras todo y a todos, y los amaras de la forma más conveniente para ellos, y no pedirás nada a cambio, pues simplemente estarás expresando lo que eres, más allá de tus objetos, de tus cosas vividas en tu conciencia.