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dijous, 11 de juny del 2020

Ver o no ver

La visión en la infancia

"No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír", antiguo dicho que nos habla de como una mente cerrada se vuelve impermeable a aquello a lo que se ha cerrado, volviéndose ciega y sorda.

Tendría unos cuatro años cuando por primera vez vi por televisión una "corrida de toros", de visita a casa de los abuelos, mi abuelo era aficionado. Con mi mentalidad simple y llana de niño pequeño recibí un impacto negativo al ver cómo clavaban las picas una y otra vez en el cuerpo del pobre animal. De esto hace unos 50 años, así que el televisor era en blanco y negro; pregunté por esas manchas negras que se veían encima del lomo, y cuando me dijeron que era sangre me horroricé. La mirada inocente.

En otra ocasión, esta vez en casa de mis padres, no recuerdo si en un documental o en las noticias, informaron brevemente de una de esas continuadas y nunca solucionadas hambrunas en África. Ví la imagen de un niño de mi edad con aspecto de esqueleto con piel, estaba además cubierto de moscas, se mostraron también otras imágenes de niños todavía más pequeños, bebes, llorando de hambre, en los brazos de una madre famélica. Inmediatamente surgió en mi mente infantil el sentimiento de estar viendo algo que estaba claramente mal, muy mal en realidad. Y también sentí la extrañeza de ver que mis padres observaban el espectáculo como si nada, sin comentarlo, sin aparentemente sentir nada. ¿Cómo podía ser cierto aquello? Aquella desgracia, y aquella indiferencia? La mirada inocente, de nuevo.


El modo de ver adulto

Los dos sucesos anteriores son ejemplos de simplemente ver, y de modo natural la mente limpia de condicionamientos también percibe de forma inmediata si aquello que se ve es correcto o es incorrecto, pues son casos simples de juzgar, claro, si planteamos a un niño casos rebuscados donde no está claro lo que está bien y lo que está mal no será capaz de verlo, pero en los dos ejemplos está claro como el agua, ¿o quizás no?. Porque a mi abuelo le gustaba el espectáculo de la tortura del animal, y a mis padres no les afectaba ver la hambruna extrema de África. ¿Quizás ser adulto significa volverse insensible al sufrimiento ajeno? Eso parece, al menos a un niño.

Ya sabemos que sucede cuando crecemos con nuestra mente: la llenamos de muchas cosas, y la acostumbramos a ver ... sin ver, a insensibilizarse hasta un extremo que llegamos ya no a ser sólo insensibles, sino a buscar la distracción, el pasar un buen rato, viendo el sufrimiento ajeno, esto ya pasaba en los tiempos de la antigua Roma, y sigue pasando en la versión moderna de las películas de acción, de terror, thrillers, etc. Todo lo que percibimos lo pasamos por el filtro de la conceptualización: "es una corrida de toros, es arte taurino, es tradición...", "la hambruna en África es secular, es estructural, viene de las épocas coloniales, los países coloniales son los culpables..." y al conceptualizarlo así, adormecemos nuestra sensibilidad, y cegamos nuestra visión, ya no vemos la cosa en sí, directamente, como en nuestra infancia, sólo vemos nuestras ideas sobre la cosa.


Entonces la mayoría de nosotros deja de interesarse por esos aspectos de la vida profundamente negativos pero que son lejanos a nuestra realidad cotidiana. Algunos sí que siguen viendo la profunda negatividad, lo denuncian, intentan que la sociedad vuelva a verlo, a esos individuos sensibilizados les llamamos activistas, y de esa forma los conceptualizamos a ellos también, son sólo otro concepto más en nuestro atiborrado espacio mental. Incluso esos activistas también conceptualizan la negatividad que perciben, construyen ideologías en torno a esa percepción, y entablan discusiones con otras ideologías contrarias, como por ejemplo los defensores de la tauromaquia, o los defensores del libre mercado global que no creen en las ayudas internacionales a a la pobreza y desconfían de la labor de las ONG. Se establecen pues discusiones, grupos de presión en uno u otro sentido, surgen intereses encontrados, se embrolla y complica tanto el tema que queda sin una solución clara, sin respuesta, se eterniza el tema. No en vano han pasado 50 años desde que vi aquellas imágenes impactantes sin que ninguna de las dos generaciones que han surgido desde entonces haya avanzado prácticamente nada en cambiar el panorama.

Se trata sobre todo de ver, no sólo de conceptualizar

Conceptualizar lo que vemos es una herramienta muy potente y útil para ver la realidad desde distintos puntos de vista, ello enriquece nuestra comprensión; el problema aparece cuando nos agarramos a una concepción concreta y la tomamos por la realidad en sí, cuando es sólo un aspecto parcial, un modo de ver, en este caso no enriquece nuestra comprensión sino que por el contrario la limita, no nos deja ver el asunto desde una amplitud de miras sino que cierra nuestra visión a todo  lo que no sea nuestro punto de vista, hasta tal punto que estamos dispuestos a discutir cualquier otro punto de vista distinto del nuestro. Dejamos de percibir las cosas, de verlas, sólo las pensamos, las opinamos, nada más. La visión directa, clara, de nuestra infancia es valiosísima, no deberíamos perderla nunca, y menos aún cuando comporte anestesiar nuestra sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno.

 Lo ideal seria usar la mente adulta, la que es capaz de crear múltiples puntos de vista, modelos, idearios, etc etc no para cerrarnos a los demás puntos de vista, sino para intentar solucionar los problemas que vemos. Primero es ver, luego pensar acerca de lo que vemos con ánimo de mejorar, de solucionar; pero lo que a menudo hacemos es lo contrario, pensamos mucho y dejamos de ver, o vemos borroso, vemos sólo lo que nos permitimos ver. Conservando nuestra mirada inocente, limpia y clara, y añadiendo la potencia mental del adulto, es cuando conseguimos ser seres humanos completos. Si perdemos la inocencia, perdemos la visión, y andamos como miopes sin gafas por la vida, pero de un tipo muy especial: miopes que creen que ven bien y que son los demás los que no ven.