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diumenge, 22 de setembre del 2019

De la conciencia intelectual a la contemplativa, inocente, gozosa

Corcheras, delimitan los carriles
Rutina de entreno
Los sábados por la tarde suelo ir a nadar; una actividad placentera, pero también monótona que practico desde muy joven, cuando lo hacía a nivel de competición. Hasta hace años mi mente estaba muy atenta al cronómetro, comprobando los tiempos que empleaba en cada largo, y los acumulados, teniendo en cuenta los diferentes estilos que iba empleando; si los tiempos eran "buenos" me decía a mi mismo "vas bien, vas bien" como si fuera mi propio entrenador, y cuando estaban por debajo de lo esperado, me molestaba ligeramente, y tenía que decirme a mí mismo "todo el mundo tiene un mal día, no te preocupes, el próximo día lo harás mejor". Y todo este control, y esta evaluación continua no tenía ningún motivo, pues ya no competía, iba a nadar simplemente para estar en buena forma, pero mi mente estaba acostumbrada a ser así, competitiva, exigente, controladora. Todo el entorno de la piscina, las corcheras, los sonidos, los colores, todo eso estaba ahí pero mi atención estaba absorbida por los tiempos, los ritmos y cadencias de brazos y piernas, por mi rutina de entreno.

En los últimos años la práctica diaria de la meditación ha relajado ese estado de control exigente, actualmente me dan igual los tiempos invertidos, en realidad ni los miro, sólo miro el tiempo total, 30 minutos, pero sin importarme los metros totales cubiertos; soy coherente con mi motivación para nadar: cuidar el cuerpo y relajar la mente, en cada largo voy poniendo mi atención en las sensaciones que me proporciona el cuerpo al avanzar en el agua, en las imágenes que voy viendo conforme mi cabeza entra y sale del agua, girando a un lado y al otro, en los sonidos que oigo del entorno, con todo ese abanico sensorial la mente está ocupada observando y no piensa nada, y así el ejercicio de nadar se convierte en una especie de Yoga. 

Reflejos de luz en la piscina
El sábado pasado me encontraba en un estado mental particularmente tranquilo antes de empezar a nadar. Como consecuencia, nadé más lento que de costumbre, y más atento a lo que me llegaba de los sentidos, disfruté aún más de las sensaciones. En el último largo nadé muy despacio, y de repente vi esas luces centelleantes en el fondo de la piscina, que son reflejo de la luz de los focos en el techo, y centellean debido al movimiento del agua producido por los nadadores; lo he visto miles de veces, pero esa vez lo observé con plena atención, o quizá deberíamos decirlo al revés, gracias a que estaba en un estado de calma mental pero con atención plena, me di cuenta de la belleza de esos reflejos. Este es el punto: ya los conocía de hace muchos años, pero era incapaz de volver a captar su belleza como hice de niño, la primera vez que los vi. En la medida que nuestra atención está plenamente absorbida por nuestra actividad intelectual, mental, somos más incapaces de captar la belleza que nos rodea, la damos por ya vista, por conocida. Pero la belleza no es para conocerla, es para observarla y gozarla

Bloque salida
Cuerda
A partir de ahí actué como un niño; dejé de nadar y me quedé flotando, aguantando la respiración para poder observar los reflejos; incluso me sumergí, buceando, para verlo más de cerca. Pronto mi atención se dio cuenta de la belleza de los azulejos del fondo, de ahí pasé a mirar la superficie del agua desde debajo de ella, vi las corcheras flotando sobre mí, y los nadadores pasando en un sentido y en el otro por los carriles, ahí arriba. Salí a la superficie y seguí nadando lentamente hasta llegar al bloque de salida del carril, me quedé observándolo como si fuera la primera vez que  lo veía, recordé que de niño me gustaba sujetarme a la parte más alta y subir a fuerza de brazos para a continuación, dejarme caer en el agua, así que lo repetí por primera vez en muchos años. Desde debajo dela agua me fijé entonces en las cuerdas de nailon blanco que sujetan las corcheras al borde de la piscina, me parecieron sorprendentemente bellas, como todo lo que me rodeaba.

Este estado contemplativo, muy atento a lo que te rodea, en actitud de goce, parece ser que no es compatible con nuestro estado habitual de conciencia plenamente capturada por el pensamiento racional, ese pensamiento que no se fija en lo que "ya tiene muy visto", en lo que ya conoce, y que siempre está muy ocupado controlando, construyendo, planificando, evaluando, y otras actividades intelectuales. Pero tan humano es este estado intelectual como el otro estado contemplativo y gozoso, los dos conforman el regalo que es ser humano. Lo que suele pasar es que nos pasamos la vida en un estado, el intelectual, y muy rara vez en el otro, el gozoso. Deberíamos aprender a estar en cualquiera de ellos a voluntad, aprovechando al máximo nuestro potencial de vivir plenamente, de ser. En realidad, el estado de conciencia muy cerrado en la actividad intelectual, visto desde el otro estado abierto al mundo en todos sus detalles, se ve más como un estado de inconsciencia que de consciencia, pues el individuo no "ve" casi nada de su alrededor,