La función categorizadora de la mente
Poner etiquetas calificativas a todo lo que nos rodea, como por ejemplo "es una persona egoísta", "es una buena persona", "es un hotel confortable", "es un restaurante caro", etc, es una de las funciones cognitivas de la mente, que lo evalúa y categoriza constantemente todo en función de nuestro punto de vista particular, de nuestras ideas, o de la utilidad que le vemos a la cosa para nuestro uso particular. Es una función básicamente ego-centrada, hecha desde una visión muy particular de cada uno sobre la cosa que etiqueta. También, las creencias del tipo creer que una cosa "es así", o que se comportará de un modo determinado, las podemos considerar también como otro tipo de etiquetas más sutiles; por ejemplo, más allá de etiquetar a una persona simplemente como buena, mala, etc quizás mantenemos una creencia sobre sus reacciones ante ciertas situaciones, como "estoy seguro de que si le pido ayuda me la prestará", o "creo que opinaría lo mismo que yo".
El poner etiquetas proporciona una sensación de conocimiento sobre lo que nos rodea, y por tanto de seguridad, pues lo que no conocemos es difícil de prever y de controlar; y esa la sensación de seguridad contribuye al denominado equilibrio homeostático vital, o homeostasis, un estado vital en el que todo el ser vivo está equilibrado, estable, a todos los niveles, desde los básicos celulares hasta el nivel del sistema nervioso, un estado de bienestar que por cierto la mayoría de los occidentales han dejado de percibir conscientemente, estando su atención absorbida por los eventos exteriores y por sus propios pensamientos. En efecto, cuando estamos sanos, si quitamos la atención de los pensamientos y se la prestamos a la sensación corporal de homeostasis, sentimos el bienestar del cuerpo, y sentimos el placer simple de estar vivos.
Mantener este equilibrio vital de bienestar es el objetivo último del etiquetaje mental, el de tenerlo todo controlado. Paradójicamente resulta ser una fuente de malestar, de desequilibrio emocional, pues como veremos a continuación las creencias y las etiquetas mentales producen con frecuencia emociones negativas. ¿Porqué sucede así? Antes de entrar en el terreno de las emociones vamos a analizar un poco más las creencias y las etiquetas.
Creencias y etiquetas positivas, negativas y neutras
Hemos dicho que el proceso de etiquetar mentalmente es ego-centrado, su utilidad no es ser útil a los demás si no a uno mismo, a la propia integridad y seguridad, a la utilidad de cada cosa que nos rodea. Por ello, las etiquetas pueden verse como positivas (la cosa nos es útil, nos beneficia), negativas (la cosa nos perjudica, o puede hacerlo) y neutras (ni es útil ni es una amenaza). Entonces, tener confianza en algo o alguien es tener una o diversas creencias positivas respecto a la cosa o la persona, y el estado de estar confiado proporciona bienestar, es un estado cognitivo-emocional positivo; algunos autores relacionan el estado emocional de confiar con el amor (Bisquerra, 2015) aunque no estamos de acuerdo en ello, ya que se puede amar a sin confiar, y se puede confiar sin amar: un hijo muy amado que nos dice que la próxima evaluación estudiará más pero no confiamos en que lo haga y por ello lo vigilamos, o un médico más bien antipático pero bueno en su oficio y por tanto al que confiamos nuestra salud a pesar de que no le tengamos aprecio serian dos contraejemplos. Más bien creemos que la confianza se relaciona con la emoción bienestar-felicidad.
¿Y qué decir de la desconfianza? Puede derivarse tanto de las creencias negativas como de las neutras: desconfiaremos de aquello que hemos etiquetado como perjudicial, y quizá también de lo que etiquetamos de forma neutra; cuando un taller al que tenemos etiquetado como "un taller más" (por tanto de forma neutra) nos presente una factura elevada, desconfiaremos, más o menos, de que sea justa, cosa que seguramente no ocurriría si fuera un taller de nuestra plena confianza. Evidentemente, si tenemos etiquetado al taller como "de poca confianza" dudaremos mucho más de la factura, incluso si su importe no es demasiado elevado, pues hay un pre-juicio negativo actuando.
Etiquetas y creencias negadas: emociones sentidas
Supongamos que algo o alguien se comporta de forma contradictoria con las etiquetas que le habíamos asignado; si realmente nos creíamos nuestras etiquetas, al ser negadas por la experiencia directa seguramente hará su aparición la emoción de la sorpresa, que puede ser positiva o negativa: en general si la etiqueta era negativa, la sorpresa será positiva, y viceversa. Creemos que en ese restaurante no se come demasiado bien, pero en la cena de empresa nos toca visitarlo, y descubrimos que estábamos equivocados, pues la cena ha sido estupenda, ahí hay una sorpresa positiva, que puede inducir un cambio de creencia, un transitar de la desconfianza a la confianza. Invitamos a comer a un hermano y a su pareja, ésta tiene una creencia negativa sobre la calidad de nuestras comidas, que además ha divulgado, pero descubre que estaba equivocada, que se come bien en nuestra casa, sólo que la sorpresa en su caso es negativa, pues contradice todo los que ha estado diciendo sobre nosotros, y la deja en una posición incómoda; se esperaba, se quería una comida de poco calidad, y se obtiene lo contrario.
La sorpresa es una emoción que suele durar poco, y su energía se convierte a menudo en otras formas emocionales negativas, especialmente cuando la creencia era firme, cuando había una confianza que se ve destruida, y entonces pueden aparecer la ira, la tristeza e incluso la ansiedad. Aunque no forzosamente: en una persona equilibrada emocionalmente, la sorpresa, tanto la negativa como la positiva, conduce a la curiosidad, el deseo de saber, de corregir el error, que es una emoción positiva, pues se quiere observar de nuevo la situación para descubrir la realidad, ya que la sorpresa ha sido el resultado de darse cuenta claramente que el el concepto previo era erróneo; no se siente una pérdida, sino una oportunidad para mejorar nuestra imagen del mundo, y esto es fundamentalmente positivo.
Fluir con la vida
La realidad nunca debería generarnos emociones negativas, esto sólo sucede cuando hay una resistencia a aceptarla. La aceptación, como estado emocional, es positiva, pues considera los hechos no como negativos (o positivos), sino como simplemente hechos, neutros, de los cuales podemos aprender, quizá responder, dentro de nuestras limitaciones. El estado cognitivo que conduce, o predispone, al estado emocional de aceptación (que no de resignación, emoción negativa relacionada con la tristeza) es el de ser muy conscientes de nuestras emociones, teniendo claro lo que se ha dicho hasta aquí, pare reconducir, si es necesario, las reacciones emocionales negativas: al notar que aparecen, introducimos consciencia en el proceso, razonamos, nos decimos a nosotros mismos que teníamos un concepto erróneo, inexacto, y que tenemos una oportunidad para mejorarlo, no nos resistimos a la vida, sino que fluimos con ella.ç
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