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dijous, 29 de març del 2018

Aprender a usar la mente con atención plena

La mente proporciona capacidades de memoria, de razonamiento, de percepción, de atención ... quizá también de conciencia, pero no se sabe con certeza si la conciencia puede reducirse a una función mental. En todo caso percepción, atención y conciencia van muy unidos: somos conscientes de aquello a lo que prestamos atención, y prestamos atención a parte de nuestras percepciones, no a todas, si no sólo a las que nos "llaman la atención". Otra capacidad mental es la voluntad, con la cual podemos enfocar la atención sobre cosas que de por sí no la atraen, como cuando estudiamos para aprobar una asignatura que no nos gusta.

En general, usamos poco la voluntad para enfocar nuestra atención, generalmente ésta salta continuamente, de forma automática, sobre las diferentes percepciones que nos van apareciendo, o bien posamos la atención sobre "distracciones" simples, más bien pasivas, como ver la televisión. Cuando no hay percepciones externas que nos llamen la atención, la mente suele ponerse en modo "divagación" o ruminación, un modo semi-inconsciente en el que pensamientos diversos, preocupaciones, asuntos por resolver, situaciones vividas o por vivir, van apareciendo y desapareciendo de forma autónoma, sin mediación de nuestra voluntad, y captan nuestra atención, las atendemos. 

¿Cuál es el problema de este modo de funcionamiento? La ciencia ha descubierto que la denominada ruminación no es sana, por decirlo brevemente, es un estado de preocupación continuada, por tanto, un estado emocional negativo, persistente, subterráneo. Pero no hablaremos de ello, sino de otro problema si cabe aún mayor, relativo a la conciencia y a sus contenidos. Aquello a lo que prestamos atención entra en nuestra conciencia, y aquello que entra en nuestra conciencia, es real para nosotros; y viceversa, aquello de lo que somos poco conscientes, se siente como poco real, como difuso, y aquello de lo que no somos en absoluto conscientes, simplemente no existe para nosotros. En consecuencia, cuando atendemos a nuestros pensamientos, estos se hacen reales para nosotros, cobran vida; si estos pensamientos son automáticos, y además negativos, en el sentido de ser preocupaciones, juicios negativos, recuerdos negativos, etc, entonces estamos sintiendo como real todo un mundo de negatividad, que nos viene involuntariamente. Nos creemos nuestros pensamientos negativos. Los tomamos como reales. Cuando este proceso supera ciertos límites, nuestro estado de ánimo decae, y podemos llegar a caer en la depresión, que no es más que esto, tener muchos pensamientos negativos, involuntarios, y creérselos. 

Hay también otro problema derivado del anterior, más sutil, y también más común, y no obstante del que se habla poco. No todos los pensamientos a los que atendemos son ruminaciones, por supuesto, también atendemos a nuestro razonamiento, a nuestro juicio, y a nuestros prejuicios. El razonamiento sirve para hacernos una idea precisa y útil de nuestra realidad, es un gran regalo de la evolución natural. Pero, como cualquier científico nos dirá, las ideas han de ser siempre comparadas con las vivencias, con la experiencia, para detectar incoherencias, e ir afinando nuestra visión del mundo. Una atención no entrenada, que salta continuamente de un estímulo a otro, fácilmente cae atrapada en nuestras ideas preconcebidas, en nuestro prejuicios, y como hemos visto les da una ilusión de realidad: tomamos nuestras ideas como realidades absolutas. Y  las defendemos, nos discutimos por ellas, incluso juzgamos de ignorantes aquellos que se atreven a contradecirlas. Al obrar así, nos cerramos al conocimiento, a progresar como seres racionales, y vivimos una vida basada en ideas parciales, tomadas como totales. 

Una atención despierta, consciente, libre de automatismos y de condicionamientos, unida a una voluntad de percibir, de ver, de saber, es el mejor regalo que podemos hacernos; tal atención no es arrastrada por ningún pensamiento automático, ni por prejuicios, sólo se enfoca por la voluntad, conscientemente. La atención en sí no juzga nada, pues no es su función; lo que sí produce la atención enfocada voluntariamente es una conexión directa, la percepción de aquello que enfocas, que es el primer paso para conocer algo en profundidad: observarlo, no pensar en ello, no idealizarlo, sino simplemente observarlo atentamente, para captar sus detalles sin prejuicios ni barreras mentales. Después ya vendrán las conceptualizaciones sobre la cosa observada, si es que son necesarias. Tal atención enfocada a voluntad sin a la vez estar racionalizando lo que ves, comparándolo, juzgando todo en base a preconceptos, opiniones, etc es lo que se denomina conciencia plena, o mindfulness. No es nada más que eso, ni nada menos: la facultad mental de enfocar la atención a voluntad sin enredarse en pensar sobre lo observado, es separar lo que es observar con curiosidad y atención de lo que es pensar, y  no hacerlo todo al mismo tiempo, de forma automática, inconsciente. Cuando observamos, observamos; cuando pensamos, pensamos. Y ya nos tomamos nuestros propios pensamientos tan en serio, los relativizamos, no siempre los atendemos, ni nos los creemos.


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