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dilluns, 22 de gener del 2018

Entender de verdad, en profundidad

Es evidente que lo que sabemos, nuestro conocimiento de las cosas, no es un conocimiento total, absoluto, completo, al contrario, lo es sólo hasta cierto punto o nivel; por ejemplo, todos sabemos lo que es la gravedad, pero sólo hasta cierto nivel de entendimiento, pues si vamos al conocimiento profundo, nos encontramos con formidables dificultades técnicas, de hecho, sigue siendo un tema de investigación puntera; todos sabemos que es la vida, pero de nuevo hasta cierto punto, pues definirla con precisión absoluta también es una tarea complicada; y sabemos quienes somos también hasta cierto nivel, pues tal como nos dicen diversas tradiciones, somos mucho más de lo que creemos y aparentamos. 

Entre las funciones de la mente está el comprender, el profundizar más y más en el conocimiento de algo. Para profundizar mucho en un conocimiento, hay que concentrar la mente en ello, con el deseo de saber, de penetrar en la verdad de la cosa, son tres elementos necesarios: concentración, deseo de saber y tiempo de dedicación. Hay algunos autores que afirman que una mente entrenada, enfocada totalmente en algo, de forma sostenida, impulsada por el deseo ardiente de saber, es capaz de entender cualquier cosa. Al concentrar la mente queriendo "ver", de hecho se produce un silencio mental, no estamos hablando pues del pensar intelectual, del estudiar conceptos escritos por otros, se trata de una mirada inquisitiva, concentrada, a algo abstracto que queremos aprehender. Lo podemos considerar un tipo de meditación, sobre el que escribimos un artículo en este blog: meditación reflexiva, o la meditación para la sabiduría.


En todo caso, para acceder a un entender profundo es requisito no conformarse con un conocimiento superficial, es necesario querer entender más, querer relacionar unas cosas con otras, en un todo coherente. Cuando tenemos un conocimiento superficial sobre algo, y no nos acaba de encajar, no estamos satisfechos, y lo miramos de nuevo queriendo profundizar en ello, puede suceder que, de repente, nos llegue una comprensión mayor, todo encaja por fin, y esa sensación recuerda a, o se parece a, encender la luz, es como si se encendiera una luz en nuestra mente, y lo que antes estaba en la penumbra, ahora se ve claramente; es por esta sensación que se habla de iluminación cuando accedemos a un conocimiento profundo de la realidad. Una persona iluminada, pues, es la que tiene un conocimiento de la realidad total mucho más profunda, más inclusiva y coherente, de lo común.

En mi caso llevo tiempo, mucho tiempo, años, intentando entender en profundidad algunos temas básicos: qué es la vida, porque tenemos que sufrir, que es el amor ... De vez en cuando, de repente, llegan esos súbitos, pequeños destellos de iluminación, de ver claro algo, algún aspecto de la realidad, sólo un pequeño aspecto, en mi caso, es un avanzar lentamente, pacientemente, paso a paso. Y esta tarde me ha pasado con el amor, más precisamente, no con el amor en sí, sino con la acción de amar, con su expresión, con el verbo amar. Intelectualmente ya tenia mis nociones sobre ello, por supuesto, pero quedaban áreas en mi mente que estaban en la penumbra, probablemente ideas y resistencias inconscientes; deshacer conceptos aceptados y anclados en el inconsciente requiere de un esfuerzo de penetración, de sacar a la luz, de iluminación. 

Específicamente, me he dado cuenta de que, respecto al verbo amar, actuamos al revés de como debería ser: amamos sólo lo que nuestra mente nos permite amar, y del modo en que nuestra mente cree que hay que hacerlo. Cuando lo que debería ser es que la mente estuviera al servicio del amor que somos, para ayudarnos a expresarlo inteligentemente, eficazmente, dependiendo de las circunstancias concretas. Así, la mente actúa como filtro: decide quien es digno de ser amado y quien no, y en que grado. Y para decidirlo se apoya en creencias, atracciones físicas, aspectos personales, comportamientos, y otras características. Por ello, la persona es capaz no sólo de amar sino también de dejar de amar, e incluso de pasar del amor al odio, lo cual sucede cuando la mente decide que ya no es conveniente seguir amando, por las razones que sea. Nuestra identificación con la mente es la que le da esa potestad de decisión. Como ya mencionamos en el artículo "amor, conocimiento y conciencia plena", el amor incondicional que se presenta como auténtico amor, como "el amor que nunca cesa por ninguna causa o razón y que se sustenta a sí mismo sin consideraciones de recompensa o beneficio" de la tradición sufí, es imposible de materializarse mientras estemos supeditados a lo que la mente decida que es conveniente. 

Es que la única forma de vivir ese amor incondicional, auténtico, es primero serlo uno mismo, sin condiciones, sin filtros mentales, y luego, para poder expresarlo, entonces sí, la mente es un instrumento necesario, pues es una de sus funciones, materializar, realizar, hacer. Podemos ser amor, vivirlo en sí mismo, pero sin la mente no podemos materializarlo. Este debería ser el orden natural: ser amor y entonces expresarlo inteligentemente usando la mente. No al revés, ser mente, y clasificar quien debe ser amado y quien no. Y esto no es un concepto más, sino que es una de esas facetas de la realidad que debe buscarse de iluminar, mirándola, explorándola, hasta que realicemos más allá de toda duda su verdad. Y esa verdad nos transforma, a nosotros, a nuestra visión del mundo y a nuestro comportamiento con él y en él. 

Dedicado a Anna, con amor.
En este punto hay que hacer una pequeña advertencia: hay corrientes ideológicas actualmente que defienden el desapego, la libertad, el ser tu mismo independiente, ser feliz sin necesitar a nadie, y desde ese estado ideal, entonces "elegir" tu pareja, pero manteniendo todo lo anterior. Son las mismas que presentan el romanticismo como el peor de los males, el causante de la mayor parte del sufrimiento en las parejas. Diría que, teniendo una parte de verdad, esta visión del asunto es superficial, le falta coherencia y profundidad.  Pues es una visión muy mental, realizada totalmente desde la mente, con el objetivo de asegurar a la persona que no va a sufrir desengaños ni equívocos, es una protección que la mente levanta para evitar daños a la persona, un querer ser libre de apegos para no sufrir, pero al mismo tiempo querer elegir a alguien que te convenga, desde esa libertad; todo esto es otro filtro de la mente, que sigue dictando a la persona cómo y a quien amar. Cuando se sueltan todas las ideas y filtros mentales y te dedicas a ser amor y a realizarlo dentro de tus limitaciones y de las circunstancias, no hay daño posible, ni miedo a ser dañado, no necesitas cerrar tu mente al deseo natural de estar con la gente a la que estas amando para no apegarte. Porque hay un apego egoísta, fruto, otra vez, de la mente, y hay un apego inegoísta, que quiere querer, que quiere expresar y regalar amor, por que sí, por autenticidad, por puro gozo de dar. 


 



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