Forma parte del desarrollo normal de la persona el formarse ideas sobre la realidad en la que vive, ideas sobre él mismo como persona, sobre las demás personas, sobre el mundo en el que vive. Esas ideas le sirven como guía para entender el mundo, para posicionarse ante él, para tomar decisiones. En cierto modo, las ideas de una persona le definen como persona: hay una identificación, de forma que se hace difícil, para el propio individuo, distinguirse a él mismo de sus propias ideas sobre el mundo.
Pero sucede que el mundo es complejo, las personas son complejas, la realidad es polifacética, todavía más, es dinámica, no estática, evoluciona constantemente. Lo que podía ser más o menos cierto un siglo atrás, puede serlo menos en al actualidad, y aún menos un siglo en el futuro. En cambio, muy a menudo, las ideas que nos formamos son simples, expresan un punto de vista muy particular, y son bastante estáticas, no evolucionan, o lo hacen lentamente. Hay, entre otras, una explicación biológica para esto: el cerebro busca una estabilidad, una vez establecidas unas conexiones neuronales, hay una resistencia a cambiarlas, y si se cambian ha de haber una razón de peso para ello, como por ejemplo asegurar la supervivencia del cuerpo. Esto lo tenemos en común con otras especies.
En el ser humano hay además otra causa para la conservación a ultranza de puntos de vista que son parciales, que sólo incluyen un aspecto de la realidad, y es el mecanismo psicológico de la identificación, que ya hemos mencionado. Cuando una persona se confunde con sus ideas, y esta confusión puede ser muy profunda, muy arraigada, el abandonar esas ideas produce una vivencia de disolución parcial del yo, de muerte parcial, de desaparición de uno mismo, de vacío existencial. Es una sensación desagradable, tanto más fuerte como más confundida está la identidad de la persona con sus ideas.
Esto explica que pueda suceder que la persona se resista a cambiar de idea, de punto de vista, de creencias, incluso aunque la realidad le esté mostrando claramente que se equivoca, pues reconocerlo es, en cierto modo, perder identidad. Por eso sucede que:
No hay peor ciego que el que no quiere ver. - Refranero español.
No hay peor sordo que el que no quiere oír. No hay peor desentendido que el que no quiere entender. - Baltasar Gracián: El Criticón
Si la idea en cuestión se ha mantenido de por vida, durante muchos años, la vivencia puede ser devastadora, pues el punto de vista está muy arraigado en la personalidad, y la persona que se ve obligada a abandonar su idea pasa por un período de destrucción de parte de su personalidad. De la misma forma que en el nivel biológico una costumbre no se cambia porque sí, sino por una razón de peso como la supervivencia, en este nivel psicológico también es necesaria una fuerte motivación para entrar en tal proceso de renovación. De hecho es un proceso sano, pues limpiamos unas ideas parciales, relativas, que se han revelado como falsas, de forma que la persona puede evolucionar hacia un conocimiento más auténtico de sí mismo, pero también es doloroso, de ahí las resistencias.
Hay aún otro motivo para mantener unas ideas incluso cuando la realidad nos muestra su parcialidad, o incluso su absoluta falsedad: la inconsciencia, o la falta de consciencia. La persona a menudo, aunque crea que cuando está despierta está plenamente consciente, de hecho está dirigida en buen grado por su inconsciente, un hecho conocido y señalado por la ciencia, desde Freud. Entonces tenemos una persona con creencias arraigadas, confundidas (más exacto sería decir enredadas) con su personalidad, que además es más o menos inconsciente de ello. Al ser inconsciente de su identificación con sus ideas, no se da cuenta de ello, dificultando aún más su liberación del error.
Por tanto cuando nos hacemos más auto-conscientes de nuestros pensamientos, nos des-identificamos de ellos, al menos en cierto grado, facilitando el cambiarlos sin sufrir por ello. En clave de humor, sería algo como:
Estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros. - Groucho Marx
En el caso contrario, manteniendo identificaciones inconscientes, nos arriesgamos a sufrir mucho por ello. Había una vez una niña que creció con la idea de que ahí afuera había su príncipe azul esperándola, y que algún día se encontrarían y tendrían una vida de amor y felicidad absolutas, tal como había leído en diversos cuentos, y visto en películas de Hollywood. Esa idea se incorporó a su mente con tal arraigo que era inseparable de ella misma, era su concepción del mundo. No importaba que a su alrededor abundaran las parejas desgraciadas, rotas, eso no iba con ella, no afectaba a sus ideas, estaba blindada, ciega a la realidad que la rodeaba. Encontró a su príncipe a los 19 años, y se casó con él a los 20. A partir de ahí vivió todo lo contrario de lo que imaginó, su príncipe la engañaba con otras habitualmente, la trataba con poco respeto, la convivencia se convirtió en algo ni remotamente cercano a lo imaginado. Pero en su inconsciente, esa mujer no cambió sus ideas, no podía hacerlo, era incapaz, estaba demasiado apegada a sus ideas y además de forma inconsciente, así que lo que hizo es sufrir, cerrarse, deprimirse, lamentarse de su mala suerte, durante largos años, hasta que finalmente, agotada su vitalidad, cometió suicidio. Si el lector considera este final demasiado extremo, sepa que es un tema todavía tabú, pero si se informa, descubrirá que la tasa de suicidios en la población española (y también en otras sociedades del mundo) es increíblemente alta, del orden de 10 suicidios diarios, no es para tomarlo a broma.
Otro campo de cultivo para las ideas fijas erróneas son las ideologías, que son un conjunto de ideas ofrecidas como un todo, de carácter doctrinal, a la que la persona se acoge, siguiendo sus líneas generales y objetivos. De nuevo, si nos identificamos, si nos cogemos muy en serio una ideología, estamos corriendo un grave riesgo. Sucede también que podemos cometer injusticias con otros, e incluso actos de violencia, por defender nuestra ideología particular, y de esto tenemos numerosos ejemplos en las noticias, cada día. Para leer un poco más sobre ésto, recomiendo el artículo Límitaciones de la toma de decisiones racionales, especialmente el apartado Creencias, Ideologías y Políticas.
La recomendación para evitar los males de las ideas fijas es: trabajar la auto-conciencia de uno mismo, aprender a distanciarse de nuestras propias ideas, observarlas, y hacer un poco como Groucho Marx, no tomárselas demasiado en serio.
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