Leía ayer mismo un libro de un tal Wirs Wayen, "Mystical Oneness and the nine aspects of being", que trata sobre la "iluminación", un término no muy bien definido que según este autor viene a ser como un despertar a una visión distinta de la realidad. Todo lo que dice ya lo sabía de antes, quizá con variantes, pero la lectura sí que me aportó algo importante, me hizo recordar un tema que tenia olvidado por creer que carecía de valor práctico: la reencarnación.
Nunca he sido persona de creencias, más bien de evidencias, y en el tema de la reencarnación es harto difícil tener evidencias. Claro que lo que sí tenemos son indicios, algunos de ellos bastante rigurosos. Un ejemplo que cita el libro y que ya conocía de antes es la investigación rigurosa durante un período de 40 años que realizó el Dr. Ian Stevenson, psiquiatra de profesión, pero no es la única publicación científica, hay muchas más. Personalmente, probé hace tiempo a realizar una regresión a vidas pasadas siguiendo un guión, y aparecieron diversas imágenes en mi mente, que después al pensar en ellas pues la verdad es que me encajaban con algunas de mis tendencias de comportamiento actuales, pero claro, también podrían haber sido meras imaginaciones mías. Pero también está la experiencia directa que tuve, de joven, de salir del cuerpo (proyección astral), algo para lo que no estaba preparado y que he preferido no volver a pensar en ello ... hasta ahora. Con todo esto en la mano, y siendo honesto, no soy capaz de negar la posibilidad de que exista la reencarnación, más bien al contrario, creo que existe la posibilidad.
Tan sólo admitir tal posibilidad abre una nueva perspectiva de la vida: si reencarnamos, no somos nada de lo que desaparece en la muerte, la misma muerte no es una disolución total, sólo es un soltar cosas temporales, y, ¿qué es lo que queda? ¿qué y quien es lo que reencarna? Decidí meditar reflexivamente sobre ello la mañana siguiente, bien temprano, antes del alba, como es mi costumbre. Y esto es lo que reflexioné.
Vivimos cada vida, de las muchas que vivimos, como si fuera la única, olvidando por completo las anteriores. El que reencarna, usaré la palabra alma para referirme a él, el lector puede usar la palabra que más le convenga (conciencia pura, yo superior, etc), está completamente absorto por la vivencia, por las experiencias vitales de cada vida, y está totalmente o casi totalmente ignorante de sí mismo, se confunde con su cuerpo, con sus ideas y emociones, las cuales se disuelven con la muerte.
Un símil, bien conocido, es el del actor de teatro: el alma representa una función, toma un personaje y lo interpreta, y lo hace a conciencia, tanto, que se olvida del actor mismo. Y la obra que interpreta puede durar más o menos temporadas, pero es seguro que algún día dejará de representarse, y el actor quedará a la espera de que surja una nueva obra que interpretar. Podemos imaginarnos a ese actor descansando, dormitando, en espera de que su agente le llame. Entre obras, el actor está semi inconsciente, pues sólo vive a través de sus personajes, no tiene vida propia, necesita interpretar personajes para ser alguien.
Otro símil es el del pintor, absorto en su obra. Cada vez que empieza un cuadro, se olvida de todo, se olvida de sus anteriores creaciones, incluso de sí mismo, sólo está consciente de lo que pinta, está observando atentamente sus trazos, nada existe para él fuera del lienzo. Pero es un pintor demasiado absorto, pinta de forma un tanto inconsciente, su trazo no tiene una motivación última, es mas bien mecánico, conforme pinta, lo ya pintado condiciona lo que va a pintar, va improvisando, pero en base a lo que ya está en el lienzo. Al no tener consciencia de sí mismo como pintor, carece de una visión global de su obra, ni siquiera recuerda cual es su obra anterior.
El alma haría un trabajo similar: crea en cada momento una obra de arte, que es nuestra vida actual; sus instrumentos, en vez del pincel, son el cuerpo, las emociones y la mente. Es un pintos que, al no ser consciente de sí, de alguna forma es utilizado por sus instrumentos, se deja llevar por ellos, se identifica con ellos. Y cuando termina un cuadro, lo aparta y se olvida de él, pendiente de volver a empezar uno nuevo. Considerar esta posibilidad introduce un cambio sutil pero importante en nuestra conciencia: cada vez que vayamos a usar el pincel, podemos parar un instante para evitar el pintar maquinalmente e intentar ver si realmente ese nuevo trazo debe de estar ahí, en el lienzo de nuestra vida. Cada vez que vayamos a actuar, a hablar, a pensar, parar y mirar, parar y considerar el cuadro entero, tomar perspectiva. Es un cambio de perspectiva. Parar frecuentemente y sólo mirar, contemplar lo que estamos haciendo antes de seguir, como hace todo buen pintor. Tomar conciencia de nuestra existencia más allá de nuestro vivir material, y ser artistas creativos, despiertos, intuitivos, y no máquinas inconscientes de pintar.
Y más adelante, darse cuenta de que todos hacemos lo mismo, de que el cuadro está siendo pintado por muchas más almas, simultáneamente. En esencia todos somos iguales, artistas de la vida, pero cada uno de nosotros tiene su propio estilo personal, su forma característica de obrar, pensar, ser.
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