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dimarts, 17 d’abril del 2018

Reprimir emociones impide tomar las decisiones correctas

¿Justícia ciega? Mmm...
Que las personas somos seres emocionales ya está muy sabido y oído, en cambio que las emociones pueden educarse y gestionarse, es aún relativamente nuevo, sólo hace pocas décadas Goleman publicaba su Inteligencia Emocional, y a pesar de que empiezan a ser habituales los cursos de inteligencia emocional (recientemente vi uno de subvencionado dirigido a trabajadores en activo) y que en las escuelas e institutos se realizan tutorías y actividades relacionadas, lo cierto es que nuestra sociedad en conjunto todavía tiene su inteligencia emocional en niveles muy bajos o nulos. 

La falta de inteligencia emocional conduce a la represión emocional, a la reactividad, al estrés, a las rencillas y enemistades por futesas que pueden prolongarse de por vida, y a otras diversas complicaciones innecesarias. Una reacción emocional típica de la falta de inteligencia emocional es el atacar cuando sientes que te han herido (emocionalmente) o simplemente que pueden hacerlo. Además, la falta de sensibilidad emocional hacia uno mismo imposibilita en buena medida la sensibilidad y empatía hacia los demás. Y esto es lo común en las esferas de la política, del gobierno de la nación, de las finanzas, y de la justicia, o sea, en todos los círculos de poder de la sociedad. Siendo así, es imposible disfrutar de una sociedad del bienestar, cuando falla totalmente en la gestión emocional tanto individual como colectiva.

Hay ejemplos para dar y tomar de las consecuencias de esta falta de gestión inteligente y empática de las emociones; una que últimamente se ha puesto de moda es la tipificación como delito de la emoción del odio. El delito de odio originalmente se creó para la protección a las víctimas o testigos de infracciones penales por motivos racistas, antisemitas u otros referentes e ideología, religión o creencias, orientación sexual, enfermedad o discapacidad y otros hechos discriminatorios; el clima social y político enrarecido en España de estos últimos años de la primera década del siglo XXI ha propiciado que se esté aplicando ese tipo delictivo no ya para proteger a personas de colectivos discriminados por infracciones penales realizadas a posta contra ellas, sino para actuar contra opiniones e incluso contra sentimientos: por ejemplo si en un juicio se le pregunta a usted si odia a la policía, mejor que no se le ocurra decir que así lo siente aunque sea verdad, y aunque no se haya producido ningún hecho delictivo. 

Esta situación es típica de la ausencia de inteligencia emocional: se percibe una situación de peligro que puede desestabilizar al Estado, el miedo a perder el control (emoción de miedo) provoca una reacción de defensa y ataque (emoción de ira ... ¡incluso de odio!) expresada en la forma de represión a esa situación por todos los medios de que dispone el Estado. Poniendo en juego la inteligencia emocional, se podría poner atención a esa situación inicial, con empatía, mirando de gestionarla en vez de caer en el miedo, el ataque y la represión. 

La justicia es la administración de lo que es justo en cada situación, y lo que es justo es actuar de forma equilibrada, ecuánime ( de ahí la balanza de la dama de la justicia). Pero sin inteligencia emocional es imposible ser justo, pues o bien eres víctima de tus reacciones emocionales incontroladas, o bien estás cerrado a tus emociones, caso más frecuente en las profesiones jurídicas, y en otras; de ahí que la dama de la justicia vaya con los ojos tapados, para no enterarse de la situación emocional, para "protegerte" de ellas. Al cerrarte así anulas automáticamente tu empatía hacia las personas que juzgas, pero hay otro factor aún peor: las decisiones racionales necesitan como complemento necesario a las emociones. Por cierto la dama ciega también blande una espada, esa era la imagen de la justicia que ha perdurado por milenios, ciega a emociones, pero castigadora; ya va siendo hora de que la dama se quite la venda y vea la realidad, y deje caer la espada, sustituyéndola por otros instrumentos más modernos.

Hasta hace relativamente poco se creía que las emociones distorsionaban el raciocinio, y de ahí la costumbre de aparcar las emociones para ser un "buen profesional", pero la neurociencia ha descubierto que el conocimiento y el razonamiento solos no son suficientes por lo general para tomar decisiones ventajosas: la emoción cumple un papel crucial en la toma de decisiones. Por ello un juez con baja inteligencia emocional no puede juzgar correctamente, como ningún ser humano podrá. En el caso de la política,  se trata de tomar decisiones, basadas en ideologías, para influir en la sociedad y generar bienestar; un político con un cargo de responsabilidad social no podrá tomar decisiones equilibradas sin tener en cuenta sus emociones y la de los gobernados.

Por tanto es urgente que la educación emocional llegue cuanto antes mejor a las esferas de poder de la sociedad; hasta entonces, seremos gobernados y juzgados por individuos con baja empatía y una capacidad de decisión racional mermada, que además están convencidos de que hay que ser así para decidir correctamente. Son analfabetos emocionales, al menos se comportan así en su trabajo. Y si esta afirmación le parece al lector exagerada, simplemente mire con atención los titulares de las noticias de hoy ... y observe.



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