Un cuento corto: la mariposa consciente
Érase una vez una mariposa que vivía en un extenso prado cubierto de flores diversas; como toda mariposa, gozaba posándose en una flor, sintiéndose rodeada, cobijada por sus pétalos, viendo sus increíbles colores, brillando a la luz del Sol, y embriagándose con su aroma.
Sucedía que esta mariposa era más consciente que sus congéneres, lo que de hecho le permitía gozar más todavía de los placeres de estar con una flor, pero al mismo tiempo se daba cuenta de que nunca podía permanecer más que por un breve período de tiempo con una flor en concreto, pues siempre sucedía algo que se lo impedía, quizá soplaba un fuerte viento que la apartaba, o incluso rompía la flor, o acudía a la flor una abeja, expulsando a la mariposa, o bien veía otra flor que le atraía más todavía que la actual, siempre acontecía algo que interrumpía su gozo y la llevaba a seguir buscando.
Y como esto sucedía una y otra vez, la mariposa empezó a temer que siempre sería así, que pasaría su corta vida volando de flor en flor, siempre buscando donde permanecer, siempre buscando el gozo permanente que anhelaba, que le era negado, y sólo podía tener por un breve espacio de tiempo. Y con este temor empezó el sufrimiento. Otras mariposas no se plantean todo eso, no tienen suficiente conciencia para hacerlo. Aún otras sí se lo plantean, pero como no tienen respuesta, huyen de su sufrimiento saltando aún más de flor en flor, se sumergen a fondo en la experiencia para taponar su pregunta: ¿por qué he de estar siempre anhelando lo que sólo puedo tener de forma temporal y parcial?
Pero nuestra protagonista era demasiado consciente para huir de sí misma; e hizo lo contrario: abrirse al sufrimiento, experimentarlo a fondo, buscando su origen, con el vehemente deseo de entender, de saber. Y se dio cuenta de que el anhelo por unirse a una flor era natural en su especie, que cada flor en particular era un medio para sentir, para vivir algo que estaba más allá de cualquier flor, un gozo que sentía en sí, gracias a la flor.
Decidió entonces volver a buscar una vez más, sobrevoló el prado observando atentamente, pero esta vez más conscientemente que nunca, hasta que encontró una hermosa flor, quizá la más hermosa que nunca había visto. Se posó en ella, y gozó de su contacto, de su aroma, de sus colores, sabiendo que aquello no podía durar, como así fue. Y cuando una ráfaga de viento la apartó de la flor, aplicó su voluntad para no dejar de sentir aquel gozo, para quedarse con él, pues era suyo, no quería volver a perderlo, era suyo e iba a retenerlo, a llevarlo siempre consigo.
A partir de entonces se veía a la mariposa viviendo gozosa ya estuviera sobre una roca, sobre una hierba, o sobre el suelo; nada interrumpía su gozo, ya que lo había hecho suyo, era parte de sí misma.
Tristeza sin motivo aparente
La tristeza es una de las emociones más profundas, se relaciona con el sentimiento de pérdida, de negación de lo que uno es o quiere. Sucede que en algunas personas hay una tristeza o melancolía sin un motivo aparente; hay algo en el inconsciente que lo provoca. Y en algunos de esos casos, no en todos, pues pueden haber otros motivos psicológicos, puede ser un sentir que lo que estamos buscando es inalcanzable en el mundo objetivo, es un sentir que, no importa lo que haga, la motivación que me lleva, no encontrará su perfecto cumplimiento.
Cuando la persona llega a una
madurez emocional e intelectual, esta tristeza viene más a menudo, nos visita constantemente porque, no importa lo
que haga, me he dado cuenta de que no encontraré lo que pretendo encontrar. La tristeza en este sentido es una forma de madurez emocional, es un reconocer y aceptar. Cuando conocemos esa tristeza, ya no podemos volver a enamorarnos, pues enamorarse
significaría pretender, una vez más, que voy a poder encontrar lo que anhelo en
otro lugar, lo que se sabe que es imposible ... En esta tristeza ya
no hay lugar para la expectativa de ninguna satisfacción en el mundo
fenoménico, material.
Cuando se es consciente de la tristeza sin motivo aparente, ya no es la
tristeza de perder algo, si no que es como un perfume ... al principio, el
olor está en el espacio, no podemos sentir de dónde vino, luego
gradualmente podemos encontrar su origen.
Cuando tienes la consciencia suficientemente madura para mantener la tristeza, sin huir de ella, hay un cierto ascenso a la fuente. Pero
las personas que constantemente niegan la tristeza, que siguen buscando, que se enamoran,
que se embarcan en mil y una actividades para distraerse, nunca pueden
regresar a la fuente. Tienen esta tristeza en un momento,
luego la niegan, pensando una vez más que una relación, que
una situación, que algo lo evitará ... Hasta que quizá llegue un momento en
el que ya no negamos más esta tristeza. Es cuando esta tristeza se convierte en una verdadera tristeza. Y se revela como el camino, como un olor de una flor que seguimos y que nos llevará hacia lo que sentimos ...
Según el enfoque hindú, la tristeza es el sentimiento último. Es el sentimiento de separación. Toda la música india se basa en el sentido de la separación. En el arte en miniatura de las estribaciones del Himalaya, a menudo vemos a Radha buscando a Krishna.
No hay nada que se pueda hacer; es una maduración de la persona. No puedo madurar voluntariamente, pero puedo llegar a ser consciente de mi inmadurez. Puedo
darme cuenta de que me siento constantemente atraído por esto, o por
eso, que constantemente estoy tratando de crear una relación, mantener
una relación, esperar una relación, detener una relación, ser así o de otra forma más conveniente, querer esto o aquello, pensar que finalmente, tal vez cuando haya hecho esto, haya logrado eso, mejorará.
La comprensión de que no hay nada para mí en el mundo objetivo es muy duro para la mente. Pero al estar abierto a la tristeza, a la realidad del momento, viene una liberación de todos los apegos, la tristeza se derrumba en nuestra atención plena, y por fin encontramos lo que buscábamos, la búsqueda termina, nos sentimos completos.
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