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dimarts, 15 d’agost del 2017

Jugando a jugar

Ayer vi la película El Capital que trata sobre el mundo de las altas finanzas, del poder y del dinero; prácticamente al final el protagonista, presidente de un banco potente a escala mundial, totalmente "enganchado" a ese mundo, por el que sacrifica todo, su tiempo, su vida personal, incluso su matrimonio, dice que en el fondo todo ello es un juego, el juego de ejercer el poder del dinero. 
Jugando con el dinero de los demás

Jugar ... un juego siempre tiene unas reglas y unos objetivos; cuando jugamos aceptamos las reglas y nuestra mente diseña estrategias para conseguir los objetivos respetando las reglas. Al jugar, la mente se adapta al juego, el cerebro establece nuevas conexiones y se hace más eficaz, mejoramos como jugadores. La gran mayoría de personas nos identificamos, en mayor o menor grado, con lo que hacemos, así que cuando las cosas nos salen bien, nos sentimos reafirmados, y cundo nos salen mal, nos sentimos negados, disminuidos. Por ello, jugar y jugar bien, ser un buen jugador, nos hace sentir bien, pues nos reafirma, nuestro hacer es efectivo. Si el juego es competitivo, esto es, si el objetivo a alcanzar es compartido por otros jugadores rivales, que se disputan entre sí su consecución, se añade al placer de jugar bien el de vencer, el de sentirse ser más, mejor, superior, que los demás. 

Incluso podemos jugar un rol de seguidor, sin realmente participar en el juego activamente, y aún así, a través del mecanismo psicológico de la identificación, sentir esa re-afirmación o esa negación del ser; esto se ve claramente en el juego del fútbol y sus seguidores, en su entusiasmo con los éxitos de "su" equipo, y su sentimiento personal de fracaso, más o menos intenso dependiendo de la persona, que acompaña a los partidos que se pierden.Y con este sentimiento de pertenencia, con este jugar a ser seguidor, se monta un negocio multimillonario. También el mundo financiero es un juego, un juego con el propio dinero y el poder que representa. 

Jugar activamente, dedicarse a jugar y jugar bien, podríamos decir, jugar a jugar, es una muy buena forma de ejercitar la mente, la obligas a estructurarse, a adaptarse a las reglas del juego y a buscar las mejores estrategias, es como un ejercicio para la mente. Cuando la persona amplia su perspectiva sobre ello, se da cuenta de que el juego en sí, el juego particular al que te dedicas, no es lo importante, lo que realmente importa es tu capacidad de jugar a cualquier cosa, lo que importa es la capacidad de ser jugador, de lo que sea. Al dedicarte a jugar a un juego, luego a otro, y otro, te das cuenta de que siempre eres tu jugando, la identificación con tus logros o derrotas en un juego en particular se debilita, no eres ningún juego en particular, eres la capacidad de jugar, de jugar a lo que sea. Esto, que parece obvio, en la práctica no lo realizamos, y frecuentemente caemos en la identificación con los resultados que obtenemos en el juego. 

Recuerdo que de adolescente me gustaba el ajedrez, aunque no era un buen jugador, más bien tirando a malo, seguramente por ser demasiado emocional; alguna vez mi padre quiso jugar conmigo, y siempre me ganaba. Recuerdo que en esas ocasiones me sentía, de forma inconsciente, disminuido, como si yo fuera menos inteligente que él, era una sensación no agradable. A los veinticinco retomé mi afición con más seriedad: compré una máquina de jugar a ajedrez y algunos libros sobre táctica y estrategia, los estudié, jugaba una partida cada día, y en cosa de unos meses mejoré considerablemente, conseguí ganar a la máquina en los niveles bajos. Entonces me dí cuenta de que jugar bien, en este caso al ajedrez, no era una cuestión de inteligencia y nada más, sino de voluntad, de invertir tiempo, de estudio y de práctica. Con el tiempo abandoné la práctica, mi cerebro desactivó las conexiones que había creado para el juego, y mi nivel como jugador volvió a descender, casi hasta el punto inicial, volví a ser un jugador pésimo, a perder habitualmente, pero ya no hay ninguna identificación con ello, se que hay un potencial de jugar mejor, que puede ser estimulado a manifestarse, o dejarse desactivado. No es nada personal. 

Tomarse un juego como algo personal indica que hay actuando esa identificación de la persona, en algún nivel y con más o menos intensidad, con el juego y los resultados obtenidos. Se juega mucho mejor cuando esa identificación es débil o no existe en absoluto, pues la mente está libre de presiones, de compulsiones, de miedos a sentirse mal si se pierde, simplemente se juega, y se puede jugar con todas la facultades puestas ahí, jugar en serio, pero sin tomarlo como algo personal, se siente libertad de actuación. 

La vida en general puede verse, hasta cierto punto, como un juego (ver, por ejemplo: La vida es como un juego), sólo que bastante complejo; no hay unas reglas claras, prefijadas, las reglas del vivir son, en buena medida, auto-impuestas: la persona elije sus reglas. Claro que están las leyes vigentes de la sociedad en la que se vive, también las costumbres del entorno, pero hay un gran margen de libertad para escoger tus propias reglas del juego. Y aquí es donde entran las ideologías  las ideas aceptadas: cuando una idea la tomamos como cierta, como real, en términos absolutos, se convierte en una regla de nuestra vida, pues tenderemos a actuar y a pensar de acuerdo con esa idea. De nuevo, la persona puede identificarse con sus reglas de juego, creerse que ella es sus reglas, y los "resultados" que obtiene en la vida aplicando sus reglas: puede sentirse una "triunfadora", sentir que "va tirando", sentirse fracasada ... todo en relación a lo que obtiene de la vida aplicando sus reglas. O bien puede ampliar su perspectiva y darse cuenta de que la persona es un jugador, que potencialmente puede jugar ajustándose a una infinidad de reglas distintas, que ninguna regla es una verdad absoluta, y que ella no es los resultados obtenidos. Si llega a ese punto, a esa claridad de visión, podrá jugar a jugar la vida plenamente, y se sentirá al mismo tiempo libre, no condicionada por las reglas o los resultados. Los resultados dependen de muchos factores, lo que realmente importa es el hecho de jugar, o sea, de vivir, y de hacerlo con plenitud, con plena conciencia de ser alguien que está en el juego de la vida. 


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